FIGAROVOX/TRIBUNE – Georges Bernanos murió el 5 de julio de 1948. Por el 70 aniversario de su muerte, el escritor Sébastien Lapaque pronunció un discurso de homenaje sobre su tumba, en Pellevoisin (departamento de Indre). Ofrecemos la transcripción (y traducción) de dicho discurso.
Hace tres decenios, después de que Bajo el sol de Satán de Maurice Pialat recibiera la Palma de Oro del Festival de Cannes, cada vez que se nombraba a Georges Bernanos pensábamos en sus novelas. El padre Donissan tenía el rostro de Gérard Depardieu, Mouchette el de Sandrine Bonnaire. El cine ha hecho mucho para dar a conocer la obra de Bernanos. Antes, en 1951, fue el Diario de un cura rural, y en 1967 Mouchette, ambas obras maestras de Robert Bresson. De una época a otra, estas películas, a las que hay que añadir la obra de Francis Poulenc basada en Diálogo de Carmelitas de 1957, han hecho que numerosos lectores escucharan sin cesar la voz de Georges Bernanos, superior a los manuales escolares y el agua bendita servidos en los colegios. Católico errante y resplandeciente monárquico, adversario de la democracia a la que consideraba como «la forma política del capitalismo», el autor de Escándalo de la verdad nunca fue un escritor cuya obra fuera aconsejada por el sistema escolar de la República. El lugar acordado en sus novelas a la vanidad de las satisfacciones burguesas (La Impostura, La Alegría), a la religión degenerada (Monseñor Ouine), al crimen (Un crimen) y al sexo (Bajo el sol de Satán, La nueva historia de Mouchette) tampoco ha facilitado que fuera un autor de moda en la enseñanza privada.
No importa. «¡Que podamos estar siempre, mis libros y yo, a merced de los transeúntes!», publicaba el escritor de Los niños humillados en su periódico de los años 1939-1940, cuando vivía en Pirapora, en la profundidad del inmenso Brasil. Su deseo se ha cumplido. Su obra no pertenece ni a la izquierda ni a la derecha: entre sus lectores hay que gente que cree en el Cielo y otra que no cree. Cada uno es libre de penetrar en su obra según su humor y su tradición. Hoy en día observamos una nueva generación de lectores para los cuales Georges Bernanos es, ante todo, Francia contra los robots y La libertad, ¿para qué?, poderosos gritos airados contra la destrucción de la libertad individual en manos de la técnica, el control de la existencia, la igualación totalitaria del mundo y la consiguiente «decoloración de las conciencias».
Antaño colocado en la misma estantería que François Mauriac y Jacques Maritain, el autor de Franceses, si supierais es asociado a George Orwell, Günther Anders, Pier Paolo Pasolini y Jacques Ellul, escritores que han criticado las formas de vida bárbaras indiferentes a los valores de la cultura y cuya causa son los nefastos excesos de un capitalismo desenfrenado y depredador.
La similitud entre estos escritores inclasificables es menos incohérente de lo que se piensa. Obligado, por la brutalidad de los acontecimientos, a abandonar la novela después de haber escrito Monseñor Ouine en mayo de 1940, Georges Bernanos se interesó por Jacques Ellul, el implacable analista de La lógica del sistema técnico y del Bluff technologique evocado en una conferencia de los años 1946-1947, incluida en La libertad, ¿para qué? «He leído el informe de conferencia que ha tenido lugar en el Centro protestante de estudios, durante la cual el profesor Jacques Ellul trazaba un impresionante retrato del mundo moderno y de todas las influencias de la Economía sobre el hombre (…). El hombre, según este eminente profesor, ya no está frente a la economía, su autonomía está a punto de desaparecer; el hombre ahora está englobado cuerpo y alma en la economía, es la aparición real de una nueva especie de hombre, el hombre económico, el hombre (…) que no tiene prójimo y tiene cosas». Con un poco de adelanto sobre su tiempo, incluso con mucho adelanto, Georges Bernanos ha ocupado así su lugar entre las mentes apenadas que denunciaron la difusión de las fuerzas productivas y la acumulación de capital, conscientes del hecho de que no se puede crecer de manera infinita en un mundo finito, salvo en la dulce misericordia de Dios.
Francia contra los robots fue publicado en Brasil en 1946 y al año siguiente en Francia. En esta obra maestra terminal cuya importancia capital podemos ver sólo hoy, el escritor, con un poderoso don de visionario, no propone sólo las claves para criticar y liquidar el mito de la tecno-ciencia-economía, sino que nos ofrece las pistas para una verdadera insurrección de la mente, una sublevación de la vida como respuesta al análisis claramente materialista y mecanicista de la sociedad hedonista y de la felicidad laica. «No se comprende absolutamente nada de la civilización moderna si no se comienza por admitir que ella es, antes que nada, una conspiración universal contra toda clase de vida interior. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Y, sin embargo, la libertad no está más que en vosotros, idiotas!»
Setenta años después de la muerte de Georges Bernanos el lunes 5 de julio de 1948, en el Hospital americano de Neuilly, nos impresiona descubrir hasta qué punto los textos que él nos ha dejado siguen vivos, hasta qué punto arrojan luz sobre los acontecimientos que estamos viviendo. Desde las primeras páginas de El gran miedo de los bienpensantes, texto publicado en 1931, hasta su Encyclique aux Français, iniciada en vísperas de su muerte, en mayo de 1948, e inacabada, Bernanos es ininterrumpidamente profético. No adivina el futuro, sino que vive en la verdad. Porque lo indicado de un profeta no es la predicción del futuro, como se cree a menudo, sino que es la palabra lanzada hacia adelante. El profeta es el que habla cuando los demás callan.
«La primera obligación de un escritor es escribir lo que piensa, cueste lo que cueste. A los que prefieren mentir no les queda más opción que elegir otro oficio. El de político, por ejemplo. Escribir lo que se piensa no significa en absoluto escribir lo que a uno le pase por la cabeza sin reflexionarlo o sin escrúpulos. Los que me conocen saben perfectamente que, por naturaleza, no soy muy incline a las discusiones. Raramente ceno fuera de casa, no voy nunca al casino, casi nunca al cine; ¿qué otra cosa puedo hacer, durante esas largas jornadas pasadas enteras ante ese pobre cuaderno de escuela, más que sopesar eternamente los pros y los contras? No soy Don Quijote, no siento ningún placer ante la idea de luchar contra molinos de viento. Me cuesta mucho más de lo que se piensa tomar partido, aumentando así el número de enemigos que tengo en el mundo, que -volviendo a lo mismo- ahondar e incrementar mi soledad, Empiezo a envejecer, me gustaría prepararme con tiempo a morir tranquilo, pero escribo sin ilusión, nunca he vivido tranquilo y no moriré tranquilo».
Leído al lado de la tumba de Georges Bernanos, este artículo publicado en O Jornal de Río de Janeiro en febrero de 1945 e incluido en El camino de la Cruz de las Almas tiene algo que es conmovedor. «No moriré tranquilo». El padre Pézeril, su confesor, contó los últimos días de Georges Bernanos y su entrada en la Santa Agonía, después de las agonías de tantos de sus personajes, como la del padre Chevance en La Impostura, o la de su amado cura de Ambricourt, o la de la priora de Diálogo de Carmelitas. Diagnosticado de cáncer de hígado en estado avanzado y operado el 20 de junio por el profesor François de Gaudart d’Allaines, el escritor entró en el quirófano cantando la Marsellesa, pues sabía desde hacía algún tiempo que estaba condenado.
Con fecha 24 y 25 de febrero de 1948, había dejado en su agenda un texto que parece una oración: «Nosotros queremos verdaderamente lo que Él quiere, nosotros queremos verdaderamente, sin saberlo, nuestro dolor, nuestro sufrimiento, nuestra soledad, a pesar de que nos imaginamos deseando sólo nuestros placeres. Nos imaginamos temiendo nuestra muerte y huyendo de ella, cuando en realidad deseamos esta muerte como Él deseó la Suya. Nuestra muerte es, por cierto, la Suya. De la misma manera que Él se sacrifica en cada altar en el que se celebra la Misa, también empieza a morir con cada hombre que entra en agonía. Nosotros queremos todo lo que Él quiere, pero no sabemos que lo queremos, no nos conocemos a nosotros mismos; el pecado nos ha hecho vivir en la superficie de nosotros mismos y sólo entramos en nosotros cuando morimos y Él está allí esperándonos».
La muerte de George Bernanos fue menos intranquila de lo que él había anunciado. Un poco antes de medianoche, el domingo 4 de julio, sintiendo que se despedía de los suyos, gritó: «A nosotros dos» — un famoso desafío. Pero su agonía se prolongó. El padre Pézeril escribió que murió al amanecer. «Hacia las 5 de la mañana, al pie de su cama, veo que su rostro se enternece y se conmueve, abre sus ojos. Mme [Jeanne] Bernanos se acerca. Con pequeños estertores vacía el soplo de aliento que le queda en el pecho. Pronuncia de manera muy clara: «Jeanne… Jeanne… Jeanne» (…) Cada uno de sus familiares le besa, su esposa acerca su rostro al suyo, abraza su cabeza, recita un Padre Nuestro, un Ave Maria. Él mueve los labios. Y repite de nuevo: «Jeanne» (…) Sin que cambie la expresión de su rostro, cierra los ojos dulcemente y muere».
Esto sueña extraño para nosotros aquí reunidos, junto a la tumba de Georges Bernanos, este jueves 5 de julio de 2018, a quienes nos cuesta creer totalmente en la muerte: de hecho, no creemos en absoluto en ella. ¿Quién no es capaz de ver hoy que el autor de La Alegría está mucho más vivo que la mayor parte de los vivos? En el II volumen de sus Ensayos y escritos de combate publicado por la Bibliothèque de la Pléiade en 1995, volvemos a descubrir, hoy en día, toda una parte de su obra que habíamos leído mal, o que no habíamos leído en absoluto. Así es con Carta a los ingleses y El camino de la Cruz de las Almas, dos textos incandescentes inspirados por su exilio melancólico en Brasil, entre 1938 y 1945. Con lucidez, el escritor denuncia el orden degradante de la horda y el saqueo de todos los valores. Por desgracia, esto no acabó con la caída del nazismo. Este orden y este saqueo nos amenazan mientras nuestro país «se vacía de lo espiritual».
El pueblo de Pellevoisin tiene la suerte de estar protegido por María, Reina del Cielo, la que conservó la fe el Sábado Santo. Sin embargo, ¿qué pensar de todas las «parroquias muertas» de los alrededores, en el gran vacío geográfico y espiritual que la Delegación interministerial sobre la distribución del territorio y el atractivo regional ha nombrado, no sin humor, la diagonal de la nada? La parroquia muerta, lo sabemos, es el título que Bernanos había elegido para lo que luego fue Monseñor Ouine, retrato trágico y profético de un país sin vida, de un país extrañamente poseído no por la violencia, sino por la nada. «Yo también estoy vacío», dice monseñor Ouine en la novela. Y más adelante: «Ahora me veo hasta lo más hondo, nada me tapa la vista, ningún obstáculo. No hay nada. Conservad esta palabra: ¡nada!»
La última metáfora en forma de novela de Georges Bernanos nos describe a los rehenes de la nada, almas muertas de una parroquia muerta. De vuelta en Europa en junio de 1945, comprendió que no se había equivocado, espantado por el hundimiento de la civilización europea provocado por la guerra total. En este hundimiento, el escritor que había sacrificado al prejuicio antisemita El gran miedo de los bienpensantes no pasó por alto la obra de muerte llevada a cabo sobre los judíos y que empieza de nuevo, ininterrumpidamente, hoy. Aterrorizado por el soplo nuclear del nazismo en las entrañas de las conciencias, describió, en Francia contra los robots, lo que el filósofo Jean-Claude Milner llamó «las tendencias criminales de la Europa democrática».
Por lo tanto, no nos podemos asombrar si hoy escuchamos a un hombre como Georges Bensoussan, historiador experto en sionismo y la Shoah, recordar la aversión que sintió el escritor ante una Francia infiel a su historia y su vocación. «Comprendo mejor hoy en día el exilio voluntario de Bernanos en 1938. Ante un tal estado de apatía, la tentación del exilio parece la salvación», declaró hace un tiempo. Es así cómo George Bernanos, rebelde a las leyes de la democracia y el espíritu del tiempo, arroja luz sobre nuestro presente en un país cada vez más expuesto a ser traicionado por sus élites, dispuestas a caer en la mediocridad y a defraudar las esperanzas.
Fuente: www.lefigaro.fr
Traducción del francés: Helena Faccia Serrano