“CIUDAD DE DIOS Y DE LOS HOMBRES”
Un blog para la nueva evangelización
Quienes somos:
Somos un grupo de cristianos de la archidiócesis de Granada que, junto con su arzobispo, quiere tomarse en serio, y especialmente en relación a una evangelización de la cultura, los caminos abiertos por el Concilio Vaticano II y por el magisterio pontificio posterior, asumiendo explícitamente las orientaciones y las claves del magisterio del Papa Francisco. Por ello:
- Queremos romper de una vez el aislamiento de la fe de la Iglesia, un aislamiento que es venenoso y mortal, no sólo para la fe, sino para la vida de los hombres y para el mundo. Somos católicos romanos que acogemos con alegría textos e iniciativas que vayan en esta misma dirección y que provengan de otras Iglesias y confesiones cristianas. Amamos la tradición cristiana viva dondequiera que se encuentre, y estamos convencidos de su poder de fecundación para nuestro tiempo, más allá de las fracturas creadas por el Renacimiento pagano y por la Reforma, y más allá de aquellas otras que dividieron la Iglesia en la antigüedad.
- Queremos que el movimiento de nuestra vida y de nuestra palabra sea un retorno al centro del acontecimiento cristiano, al kerygma, una explosión de significado y de alegría que irradia sobre todas las cosas y las une y a la vez las ordena, las pone en su lugar. Como también recuerda la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, la Doctrina social de la Iglesia “pertenece al kerygma” (EG 176-179), al centro del Evangelio. No es un añadido ni un cuerpo espurio o una derivación marginal del hecho cristiano. No puede serlo o ser visto así más que cuando el hecho cristiano —y el hecho religioso— han sido ya previamente desgajados contra natura de toda relación con la vida real. Y sin embargo, el sentido religioso no es más que el espesor de lo real, de todo lo real, y el acontecimiento de Cristo es la “luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo” (Jn 1, 9). Por ello, ocuparse de economía o de política, o de cualquier otra cosa, no es de suyo ni abandonar “lo religioso” ni abandonar “lo cristiano”, mientras el sentido y la luz de todo siga siendo Cristo. Sólo se abandona lo cristiano (y lo religioso) cuando, en el mundo fragmentado de la era secular, se acepta de antemano el aislamiento de lo religioso y de lo cristiano con respecto a la vida real. Eso implica siempre una cierta apostasía y una conversión a los principios teológicos subyacentes a las sociedades seculares (algo que ya ha sucedido, por desgracia, en la inmensa mayoría de las instituciones educativas católicas), es decir, cuando se da culto a los ídolos de la sociedad secular: el dinero, la lujuria y el poder (T. S. Eliot). En la religión secular, la vida humana se agota en la producción y el consumo. Vivir es producir y consumir, incluso producir y consumir religión, que no es sino una commodity más que ofrece el mercado, porque es buena para la salud (siempre que no se tome demasiado en serio), y porque permite (también, siempre que no se tome en serio) que la máquina de la economía y el show puedan continuar.
- Nos parece que un buen nombre para este movimiento hacia el centro de lo humano y de lo cristiano, y hacia su complicidad profunda en el corazón humano, podría ser el de synesis. La palabra griega synesis significa ante todo unión, y alude a un conocimiento que une, que tiene en cuenta todos los factores, que trata de no dejar conscientemente nada fuera de la mirada. Es, por tanto, un movimiento que se resiste a las fuerzas centrífugas que destruyen, fragmentándolo, lo humano y lo cristiano, en beneficio siempre del poder. Por ello, SYNESIS va a ser el nombre de una revista que nace al mismo tiempo que este blog, con los mismos ideales y los mismos propósitos. Y por esa misma conciencia de la necesidad de recuperar una unidad olvidada, el blog se llama CIUDAD DE DIOS Y DE LOS HOMBRES.
- Creemos que una responsabilidad decisiva en ese aislamiento de la fe y de la vida cristiana hoy, y de la irrelevancia de ambas para una buena parte de la sociedad actual, la tiene la separación moderna entre un supuesto “orden natural” y otro no menos supuesto “orden sobrenatural”, una separación que es ideológica y contraria a la tradición cristiana. Nuestro punto de partida en esta cuestión se halla en el antiguo himno de la Carta a los Colosenses 1, 15-20, y especialmente en algunas de sus afirmaciones: “Todo ha sido creado por él y para él (…) y todo tiene en él su consistencia”. Hay una unidad profunda y una relación estrechísima entre creación y redención, que es urgente recuperar, si se quiere superar el modernismo, progresista o conservador, que amenaza seriamente con secar desde dentro la vida de la Iglesia.
- En antropología, nuestra clave decisiva podría resumirse en la conocida frase de San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (Confesiones, 1, 1, 1). Desde otra perspectiva, esto significa también que Jesucristo tiene que ver con todas las cosas de la vida, con toda la realidad, y que toda la realidad, en el profundo misterio que la constituye, no sólo está abierta a Cristo y apunta a Cristo, sino que está hecha de Cristo, y que tiene en él su fundamento y su origen, así como su plenitud. Él es “el centro del cosmos y de la historia” (Redemptor hominis, 1). Por eso hay una ontología específicamente cristiana, y no porque sea confesional (en el sentido de estar hecha por personas que se confiesan cristianas), sino porque la luz de Cristo ilumina todo lo real. En ese sentido, puede decirse que Henry James, y Baudelaire, y Camus, y hasta Nietzsche, son cristianos en un cierto sentido muy profundo, y sin embargo, hay en los últimos siglos no poca literatura y muchísimo arte, devocional y piadoso, de los cuales uno puede dudar seriamente que lo sean. Y lo mismo que decimos de la ontología podría decirse de todas las ciencias. O están iluminadas por la luz de Cristo, o hasta las ciencias supuestamente más “exactas” acabarán perdiendo su autonomía y su libertad, esto es, acabarán muriendo como ciencias. Ya están perdiendo esa autonomía y esa libertad en buena medida, a mano de los poderes de este mundo y de sus intereses. Y no digamos nada de las artes.
- Esa ontología que nace del costado abierto de Cristo es una ontología del don y de la sobreabundancia, del ser como don. Es una ontología del ser como comunión, como relación comunional. Y es una ontología sacramental, porque es Dios mismo quien se da en todo, quien nos da todo, quien nos invita a comprender que la grandeza, la libertad y el gozo consisten en darnos como Él se da.
- Esta declaración parece decididamente anti-moderna. En cierto sentido lo es. Es explícita y conscientemente post-moderna y post-liberal. En otro sentido, sin embargo, está movida por un amor grande a este mundo concreto de comienzos del siglo veintiuno, que se busca a sí mismo sin acabar de encontrarse. Es un amor que quiere traducir el que se expresa en Jn 3, 16- 17: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Esto significa que hoy es misión de la Iglesia recuperar y “salvar” todos los grandes ideales de la modernidad: la razón, la libertad, el gusto por la vida y por la creación, el afecto y el amor en todas sus dimensiones. Todos estos ideales son hoy, como decía Chesterton, “ideas cristianas que se han vuelto locas”, es decir, fragmentos dislocados de lo que un día fue una experiencia unitaria y única. Por ello, sólo podrán ser rescatadas de la irreprimible tendencia autodestructiva que les devora desde la luz de Dios en Cristo, que es su fuente, su consistencia y su plenitud.
- A Cristo se le encuentra hoy en su cuerpo, que es la Iglesia. En la vida y el testimonio de su cuerpo, en el que él está siempre presente con su Espíritu de Santidad. O lo que es lo mismo, está siempre presente con su gracia y su misericordia ofrecida a todos los hombres, a pesar de la fragilidad y los pecados de todos los que formamos ese cuerpo. A la lógica profunda de esa contemporaneidad de Cristo, que es un dato esencial del hecho cristiano, la podemos llamar sacramental. Así lo expresaba la Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, n. 1: “Cristo es la luz de las gentes. […] Y la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”. Dos rasgos fundamentales caracterizan esa lógica sacramental: uno, la relación de todo con todo, y antes que nada, con quien es a la vez todo y la fuente trascendente de todo. Y dos, la presencia de ese todo “en el fragmento” (Balthasar). El fragmento es el pan eucarístico, es la Iglesia, somos tú y yo, es esta comunidad, este amor y esta casa, mis vecinos (y mis enemigos), la música de la fiesta. Y son las nubes y el viento, y aquellas rocas, y el sonido de la lluvia y las hojas caídas de los árboles. Dicho de otro modo, esa presencia tiene miles, millones de formas diferentes, pero está en todo, hasta su culminación en la humanidad de Cristo, y en su cuerpo, que se extiende por la historia y la abraza entera (“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, Mt 28, 20). En todas sus formas, es fundamental para comprender la presencia de Dios en la criatura mantener los cuatro adverbios del Concilio de Calcedonia en el año 451: “sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación” (Dz 302).
- La categoría de sacramento y de una lógica simbólico-sacramental de las cosas es acaso la categoría cristiana más extraña a la modernidad, y también a sus hipertrofias post-modernas. Una y otras casi sólo conocen la causa eficiente y la razón instrumental. Tenía que ser así en un mundo que comenzó sustituyendo una verdadera trascendencia de lo divino por la “onto-teología”, esto es, por la idea de Dios como un ser omnipotente, pero “un” ser al fin y al cabo, y un ser que tiene que estar fuera del mundo. Pero la categoría de sacramento es absolutamente inseparable del acontecimiento de Cristo y de su comunicación en la historia. En Cristo, en su humanidad concreta, que nació en tiempo del emperador Augusto, que murió bajo Poncio Pilato, “habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9).
- Igualmente, cuando en el encuentro con Cristo (en la Iglesia) experimentamos la vida nueva y divina que él nos regala, esto es, el cambio que su Espíritu Santo genera en la imaginación y en el deseo, en la mirada y en el conocimiento, en las relaciones humanas y en la vida entera, comprendemos que esa lógica sacramental no se puede limitar a los sacramentos de la Iglesia. Comprendemos que está, naturalmente de forma analógica, en toda la creación: es la marca de la participación de todas las cosas en el ser de Dios. Y mientras no reconozcamos esa marca y la lógica que esa marca pone de manifiesto, nuestro conocimiento del mundo será calamitosamente incompleto y sesgado.
- Igualmente creemos que es esencial para la vida humana, y precisamente como exigencia de haber encontrado a Jesucristo, y de la experiencia de Dios y del mundo que brotan de ese encuentro, la unidad inseparable entre la verdad, la belleza y el bien. Una estética “separada”, constituida en fin de sí misma, termina en la nada, que, aunque parezca paradójico, desemboca naturalmente en el culto a la fealdad. La belleza está en las cosas, está en la vida, está en las acciones y en las relaciones humanas, y está al servicio de la verdad y el bien de las cosas y de la vida, o no está en ninguna parte.
- Por ello, aunque tratemos de belleza, del arte y de las artes, como un apartado especial, lo hacemos casi como una concesión, porque es tal vez —con todas sus deformaciones y heridas— el único de los trascendentales clásicos del que el hombre moderno no ha conseguido liberarse del todo. Y somos conscientes, sin embargo, de que en cualquier sociedad tradicional (humana, podría decirse), aun en la más exquisita, como pudiera ser, por ejemplo, la japonesa, el arte no estaba nunca separado de la vida, no ha sido nunca un fin en sí mismo, y tampoco ha sido una mera commodity o un objeto de colección o de museo, sino que trataba simplemente de hacer amable y atractiva la vida, y daba siempre culto, de una u otra forma, al Misterio insondable de belleza que envuelve y sostiene desde dentro todo lo real. Hay, aunque ya no tengamos casi memoria de ello, una estética del trabajo, una estética del amor y de la economía, una estética de la comida, de la amistad y de la vida familiar, de la agricultura, de la política y de toda empresa humana, de toda acción humana. Hay una estética de la moral, como hay una estética del conocimiento. O la había, hasta que las administraciones que gobiernan las universidades actuales se han propuesto acabar con ella.
- Pues bien, esa belleza que las cosas reclaman, y que es inseparable del bien y del “logos” interno de las cosas mismas, puede ayudarnos a buscar y a encontrar de nuevo el bien y la verdad que hay en toda realidad, y en toda actividad humana. Y puede ayudarnos de nuevo a encontrar al Dios vivo, en quien verdad, belleza y bien convergen. No puede haber verdad ni bien si no son bellos. No puede haber moral ni acercamiento a la verdad que no estén marcados por el anhelo y la búsqueda de la belleza. La belleza es “el esplendor de la verdad” (que, al igual que la belleza, es siempre buena). Y no hay nada que sea bello que no contenga, aunque sea tal vez oculto, incluso muy oculto, y acaso contrahecho, deforme, un punto de bien y de verdad. Porque el corazón humano está hecho para Cristo, está igualmente hecho para la belleza, para la verdad y para el bien. Sólo la posesión diabólica, o las heridas, a veces muy dolorosas, que todavía produce en nuestra historia personal y social un enemigo ya derrotado en la cruz, inclinan al hombre hacia el mal, hacia la destrucción de la verdad y la belleza de las cosas y de las acciones humanas. Hacia una mentira y una soledad radicales que son ya, en cierto modo, el infierno, ese lugar en el que el ser humano no puede ni quiere (normalmente) vivir. Lo repetimos: en el blog hay una sección de arte porque desde los comienzos del mundo moderno el arte es una actividad “separada” de la vida y “autónoma”, pero en realidad la preocupación por el arte y la belleza han de estar en todas las secciones: en la medicina y en el cuidado de la salud, y en la relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos, o en el trabajo y el mercado, y hasta en el conjunto de la vida social y política.
- Cabe también preguntase si no habría que añadir, a los trascendentales clásicos de verdad, de bien y de belleza, algo que podríamos provisionalmente expresar como “el ser en relación”. Esto es todo un camino a explorar y recorrer, un camino que también nos devuelve a Dios y a la verdad de Dios. A explorar este camino también nos invita una nueva percepción de las cosas del mundo, que se pone de manifiesto, entre otras cosas, en la preocupación ecológica, y que también nos lleva más allá de la modernidad. Esa conciencia nos provoca más y más a reconocer que el universo no es una acumulación de cosas cerradas en sí mismas, aisladas, yuxtapuestas, sino que todo está en relación con todo. El que todo tiene que ver con todo es una de las insistencias más constantes de la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco. Y es uno de los dos rasgos esenciales de esa “lógica sacramental” que hemos señalado antes. Tal vez esa relación estaba incluida en la filosofía antigua, cristiana y no cristiana, en la afirmación de que el ser es uno, pero hoy más que en el pasado, y gracias a una diversidad de ciencias, somos más sensibles a la variedad casi infinita de las formas de relación entre los seres del mundo. Pues bien, desde Cristo podemos reconocer en esa variedad un reflejo caleidoscópico que nos permite asomarnos con temor y temblor (Flp 2, 12), y también mediante el instrumento cognoscitivo de la analogía, al abismo sin fondo de amor, de verdad y de belleza que es la unidad de las personas divinas en la Trinidad. Una unidad que no merma ni disminuye la identidad personal de cada una de ellas, sino que la potencia eternamente, porque en realidad coincide con esa identidad, y con sus relaciones personales. Esto es lo que implica decir que Dios es Amor (1 Jn 4, 8).
- Es imprescindible decir aquí una palabra sobre la moral, aunque la moral no tenga (por ahora) en el blog un espacio propio. Primero, porque desde el giro antropológico de los comienzos de la modernidad, la preocupación por la naturaleza de la vida moral y por la fundamentación no religiosa de la moral ha adquirido una importancia creciente y ocupa un espacio cada vez mayor en la reflexión (al mismo tiempo que “lo moral” tiene una relevancia cada vez menor en la vida real, y se comprende cada vez menos cuál es su significado). Y en segundo lugar, porque también esa preocupación está en el centro de las fracturas que, si bien existían ya mucho antes, han salido a la luz con motivo de la carta apostólica Amoris laetitia. Por supuesto que a este campo se aplican más que nada todas las reflexiones que preceden. Por ejemplo, es evidente que la separación nítidamente amurallada entre un supuesto e ideológico “orden natural”, y otro no menos supuesto y no menos ideológico “orden sobrenatural”, es devastadora (además de para casi todo), especialmente para la teología del matrimonio. Sólo la teología, y una teología cristocéntrica, salva a la ética de su inevitable naufragio en el mundo del capitalismo global. Y sólo desde la teología, y desde una teología cristocéntrica, pueden volver a encontrarse y a unirse, en una comunión análoga a como están unidas las personas divinas en la Trinidad, la verdad, la belleza y el bien en las acciones humanas. Pues bien, sólo desde la teología (y desde una teo-dramática que tiene su centro en el misterio pascual de Cristo), pueden trascenderse algunas aporías de nuestra percepción de la vida moral que se han puesto de manifiesto al hilo de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco.
- Nuestro deseo aquí es superar, tanto la llamada “moral de situación”, que disuelve toda moral en un nihilista sucederse de eventos inconexos sin sentido, como la moral “objetivista”, que funciona como la mera aplicación (a modo de recetas o “protocolos”) de unos principios inmutables y eternos, indistintamente aplicables a toda situación humana, sin atención alguna a la historia. Ese tipo de moral que hemos llamado “objetivista”, en efecto, evita la historia, y así se ahorra el trabajo de pensar la historia, y de pensarla desde Cristo y desde la historia de la salvación, que es el corazón mismo y la clave de toda historia humana. Y por ello mismo se ahorra el conocimiento de la economía de la salvación y de su despliegue en el tiempo, y se ahorra también la tarea concreta de acompañar (en esa mentalidad, todos los problemas que tiene la Iglesia se deben a la “falta de formación”), y el trabajo del discernimiento, la mirada concreta desde Cristo a la historia concreta de las personas. Es preciso ya reconocer sin ambigüedades que en nuestro mundo la mayoría de las personas son paganos, aunque sean paganos bautizados, o cristianos bautizados tan seculares que ya no tienen en su mente y en su corazón ninguna categoría cristiana que determine sus acciones o su vida… y eso aunque hayan recibido o dado catequesis, y aunque hayan estudiado en colegios que se dicen católicos, y hayan sido “educados en valores”, como dice la vacía inercia del vocabulario pedagógico cristiano al uso. Los mayores obstáculos a la comprensión del mensaje del Papa Francisco a la Iglesia de hoy acerca del matrimonio provienen de esta concepción objetivista de la moral y de los grupos que la defienden, a pesar de que, en el fondo, esa moral es igual de “modernista” que la moral de situación. Es, ciertamente, más moderna que evangélica, más inspirada en Kant (o en una versión de Santo Tomás leído desde Kant) que en las Sagradas Escrituras o en la tradición. El debate en torno a la Amoris Letitia es, en gran medida, un debate de modernistas contra modernistas.
- En consecuencia de todo lo que precede, este blog va a ocuparse sobre todo de cuatro grandes ámbitos en los que siempre acontece la existencia humana: el trabajo y la tierra, el matrimonio y la familia, la economía, y la polis. Dedicamos otras sección al cuerpo y al vestido (y a la relación entre cuerpo y alma y su relación mutua), y a la imaginación, y al deseo, y al lenguaje y a la acción en cuanto tal, y al llanto y a la risa, como realidades creadas que expresan la humanidad del hombre, y su constitutiva relación con el Misterio. Somos muy conscientes de que la unidad dual de cuero y alma es transversal a todas las cuatro dimensiones de la existencia. Pero es muy importante seguir ahondando en una teología del cuerpo, que ha sido articulada por primera vez de manera más sistemática por Juan Pablo II. No hay actividad humana que pueda adscribirse exclusivamente al alma o al cuerpo. Por otra parte, nos importa mucho ayudar a descubrir cómo toda acción humana, en cualquier ámbito de la vida, está abierta, más aún, anhela sin saberlo, la gracia y la misericordia de Cristo. Igualmente, nos importa mucho redescubrir cómo el encuentro con Cristo en la comunión de la Iglesia cambia y afecta al modo de imaginar, de nombrar y de vivir todos los ámbitos de la vida.
- Otras dos secciones del blog no forman propiamente parte de esos cuatro ámbitos esenciales, sino que son creaciones contingentes de nuestra sociedad industrial: una acerca de la salud, la enfermedad y el cuidado de los enfermos, y otra acerca de la educación. Medicina y educación son actividades que han acompañado siempre la vida humana, pero en nuestras sociedades (en las que han recibido el nombre curioso de “sistema de salud” y “sistema educativo”) son los dos mecanismos vitales mediante los cuales el estado moderno, que inevitablemente tiende al totalitarismo, protege su estatus de religión secular hegemónica, y con los cuales pretende dominar y controlar, tanto a las personas como al cuerpo social. Tanto el concepto de salud (y el significado correlativo de la enfermedad y de la muerte), como el concepto de “educación” son hoy víctimas de una confusión pavorosa, y de unas luchas de intereses que amenazan con arruinar toda salud social y toda posibilidad de educación. La sección “Cristo y las religiones” recoge un tema que no es posible no abordar en nuestra sociedad, y para el que en España estamos especialmente poco preparados. La sección sobre “cooperación” recoge una preocupación por hacer vida en nuestro mundo global la comunión de los santos y la dimensión universal de la caridad. Son sólo dos caminos a emprender necesariamente por una Iglesia que quiere salir de sí misma, y prefiere sufrir heridas en el combate que enfermar y morir a base de devorar su propia sustancia.
- Naturalmente, al blog pueden enviarse cuantas colaboraciones se quieran. Y valen (prácticamente) todas las lenguas de nuestro entorno, aunque no todos podamos entenderlas. Trataremos de dar cabida a las críticas, siempre que creamos que mantienen abierta o promueven la conversación. Pero es obvio que no se publicará todo aquello que se reciba, si creemos que no sirve para construir una humanidad de hermanos, hermanos de Cristo e Hijos de Dios.
El motto del blog y de la revista, que suplicamos al Señor y a Santa María Virgen que nos acompañe en todos nuestros trabajos, es una frase de San Agustín al comienzo de su tratado De Trinitate: “Quien esto lea, allí donde comparte conmigo la certeza, avance conmigo; allí donde comparte la duda, busque conmigo; allí donde reconoce su error, venga a mi campo; y donde reconoce el mío, llámeme a la verdad. Así caminaremos juntos por el camino de la caridad hacia Aquél de quien se dice: «Buscad siempre su rostro»”.