Resumen del capítulo sexto de la Encíclica «Laudato Si’».
En el capítulo sexto de Laudato Si’, último de la encíclica, el Papa Francisco, ante el vasto desafío ecológico y humano existente, quiere iluminar “la conciencia de [nuestro] origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos” para así desarrollar nuevos modos de vivir y relacionarse (LS, 202).
Para el Papa, en contraposición al hombre consumista, autorreferencial y aislado, la actitud del hombre verdaderamente regenerado y convertido debe caracterizarse por: 1) ser consciente de la responsabilidad social, moral y no sólo económica de todos sus actos (LS, 206); 2) la percepción real de que la sostenibilidad ambiental, la justicia, la paz y la vida dependen de la “capacidad de salir de sí hacia el otro” (LS, 207 y 208).
La nueva educación ambiental capaz de conformar nuevos y más ecológicos hábitos de vida en el día a día cotidiano y que no se puede centrar solamente “en la información científica y en la concientización y prevención de riesgos ambientales” (LS, 210) debe partir principalmente de la familia, la escuela, la política y, por supuesto, también la Iglesia en cada una de sus centros de formación (LS, 213-215).
Para Francisco, como lo fue para Benedicto XVI, la crisis ecológica es en su raíz una crisis del hombre. Es por eso que dicha crisis requiera una conversión interior o ecológica “que implica dejar brotar todas las consecuencias [del] encuentro [personal] con Jesucristo en las relaciones con el mundo” (LS, 217). Encuentro o conversión personal que es también conversión comunitaria (LS, 219). La conversión ecológica implica vivir desde la lógica del don donde todo se recibe con gratitud y se da y comparte con gratuidad; implica vivir y sentirse conectado con todas las demás criaturas que nos rodean; e implica, desde una actitud creyente, la donación total de uno mismo, de su vida, para intentar resolver los problemas de nuestro mundo usando nuestra creatividad y entusiasmo (LS, 220).
Este dinamismo, subraya el Papa, brota del misterio de la Trinidad y es el germen de una espiritualidad de la solidaridad global donde “la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas” (LS, 240).
Como en María, este nuevo modo de vivir más equilibrado y ecológico será fuente de gozo y paz (LS, 222-227) e inicio de una nueva fraternidad universal (LS, 228).