En el momento de afrontar la cuestión ecológica y las soluciones que ésta requiere “es necesario”, según el Papa Francisco, “acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad” (LS, 63). ¿De qué manera las “convicciones de la fe” de los cristianos (LS, 64) iluminan y nos motivan para el cuidado de la creación?
En el capítulo segundo de Laudato Si’, el Papa Francisco subraya cómo para la tradición judío-cristiana es más propio hablar de creación que de naturaleza. Si por naturaleza “suele entenderse (…) un sistema que se analiza, comprende y gestiona”, creación implica relacionalidad, “un don que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal” (LS, 76). Decir creación supone reconocer un Dios creador todopoderoso (LS, 75), quien amorosa y libremente decidió crear el mundo (LS, 77). Culmen y parte de este orden nuevo es el ser humano, sujeto principal de la creación (LS, 81) y que tiene la obligación “de cultivar sus propias capacidades para [así proteger y desarrollar las potencialidades de la naturaleza]” (LS, 78). Se percibe entonces, según el Papa, cómo “la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra” (LS, 66). Esta vital triple dimensión relacional del hombre aparece ya en las Sagradas Escrituras.
Desde el libro del Génesis pasando por los Salmos y los libros proféticos, el Papa Francisco resalta cómo en la Biblia “la tierra [no sólo] nos precede y nos ha sido dada” (LS, 67) sino que ésta pertenece y es signo del don de Dios. El dominio de la tierra por parte del hombre no estará, por tanto, basada en relaciones de poder sino en relaciones de “reciprocidad responsable” donde su justa “labranza” y cultivo conllevará su cuidado y custodia (LS, 67). Si la tierra se labra pero no se cuida se explota pero, de igual forma, si sólo se cuida pero no se labra o trabaja la tierra queda infrautilizada. Como los relatos bíblicos nos recuerdan, según el Papa, en el mundo “todo está relacionado, y [por tanto] el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (LS, 70). Sin caer en un antropocentrismo despótico, la Biblia nos insiste en reconocer cómo “los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios” (LS, 69) y, por consiguiente, la responsabilidad que todos tenemos de admirar, redescubrir y respetar “las leyes [y ritmos inscritos por Dios en y] de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo” (LS, 68 y 71). En la cosmovisión cristiana, el universo material, cuyo fin “está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzado por Cristo resucitado” y al cual el ser humano “está llamado a reconducir [a] todas las criaturas” (LS, 83), “está abierto a la trascendencia” (LS, 79) y, por eso, contiene en sí mismo y en cada una de sus criaturas el “lenguaje del amor de Dios” (LS, 84). Es leyendo lo que Dios ha escrito en este “libro precioso” donde el hombre reconoce, por un lado, cómo “cada criatura tiene una función y ninguna es superflua” (LS, 84) y, por otro lado, se reconoce a sí mismo recuperando “su propia [e infinita] dignidad” (LS, 65 y 84). Como dice el Papa, “el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación [y participación] con las demás criaturas” (LS, 85 y 79). Sólo desde ahí podrá el hombre desarrollar “las virtudes ecológicas” (LS, 88) sin caer, al mismo tiempo, en una divinización e idolatría de la naturaleza (LS, 78 y 90).
Mirando el ejemplo de Jesucristo, Francisco nos insiste en tres puntos fundamentales: 1) en la contemplación y participación en la creación reconocemos “la relación paterna que Dios tiene con todas las criaturas” (LS, 96); 2) en Jesús vemos la necesidad de vivir en “contacto [y asombro] permanente” con la naturaleza (LS, 97); 3) por tanto en “armonía plena” con todas las criaturas y todos los hombres de todos los tiempos (LS, 98). Desde nuestra comprensión cristiana de la realidad, concretada en nuestro trabajo cotidiano, “el medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos” (LS, 95). Por eso, para el Papa Francisco, “la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos” y que, por consiguiente, “todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados”. No existe un auténtico y legítimo derecho a la propiedad privada si éste no está subordinado al derecho universal de los bienes. Sólo así se hace presente el destino y la “sublime comunión» universal de la creación donde “todos los seres del universo [están como] unidos por lazos invisibles [que conforman] una especie de familia universal” (LS, 89) y donde “nada ni nadie está excluido de [dicha] fraternidad” (LS, 92). Es desde este sentido, donde el Papa Francisco nos advierte que si bien es cierto que debemos “preocuparnos que otros seres vivos no sean tratados irresponsablemente” esta preocupación no será coherente si no reconocemos sobre todo “las enormes iniquidades que existen entre nosotros (…) [donde] algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros [se sienten como más humanos, como si hubieran nacido con mayores derechos y] ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta” (LS. 90).
En resumen. En el capítulo segundo de Laudato Si’, el Papa Francisco nos recuerda cómo en un mundo donde todo está conectado, el cuidado por el medioambiente comienza y tiene su raíz en el respeto, cuidado, y sincero amor hacia todo ser humano y “a un constante compromiso ante los problemas de la sociedad” (LS, 91). Sólo así la lucha ecológica será auténticamente humana y “el evangelio de la creación” que Dios nos ha dado tendrá posibilidades de llegar con la misma belleza e integridad a nuestros descendientes.