¿Hay un espiritualismo detrás del consumismo? ¿No será tal vez la hora de reclamar lo material, en nombre de lo cristiano? Con aroma de paradoja chestertoniana, las siempre lúcidas reflexiones del filósofo converso francés Fabrice Hadjadj, autor del bestseller La fe de los demonios, sugieren una mirada distinta a nuestra relación con las cosas, tal como se plasma en esta entrevista concedida a Rodolfo Casadei para Tempi:
Los dos filósofos invitados por el Centro Cultural de Milán el lunes 27 de febrero para responder a la pregunta: ¿Ha traspasado la técnica al mundo humano?, coincidieron en deplorar el equívoco de fondo implícito en la pregunta, título del evento: el hombre es tal precisamente gracias a la técnica. Pero sus posturas divergían en todo lo demás.
”Vídeo completo, en italiano (y francés para las intervenciones de Hadjadj) del interesante coloquio de Milán).”
Para Carlo Sini, el hombre coincide con sus instrumentos, con sus máquinas, que van desde el lenguaje a las tecnologías más futuristas. Según Fabrice Hadjadj, en cambio, no se puede renunciar a la distinción crucial entre técnica y tecnología, y a profundizar el sentido de la dicotomía que nos ha llevado a una situación inédita para la humanidad. Con él hemos profundizado las consecuencias de la división entre técnica y tecnología.
-Usted no sólo afirma que la tecnología es lo contrario de la técnica, sino que afirma también que la tecnología impone una visión espiritualista de la realidad, sobre todo a través del consumismo, íntimamente vinculado a la «tecnologización» de la vida.
-Sí. Es un error confundir tecnología y técnica, porque a cada proceso tecnológico le corresponde un retroceso técnico. La técnica es la destreza del campesino, del artesano, del artista. Y la naturaleza de la tecnologia no lo es. Es más bien ciencia aplicada que produce aparatos cuyo fin es proporcionarnos una comodidad sin pasar a través de la destreza, simplemente pulsando unas teclas. Por este motivo la tecnología coincide con una privación de la técnica: no necesita nuestra destreza y nos da todo con un «clic». Fingiendo que nos libera, nos hace dependientes de un dispositivo escondido.
»Nos olvidamos de que detrás de la pantalla del ordenador hay componentes electrónicos, hay una materialidad escondida hecha de gente que trabaja en las minas, de guerras por el coltán en el Congo, de centrales eléctricas y nucleares, de chinos que trabajan como esclavos en las fábricas. Una de las consecuencias de la pérdida de la destreza es que, sin saberlo, nos convertimos en cómplices de un sistema de explotación.
»Otra es que perdemos competencias técnicas: los hombres prehistóricos tenían muchas más competencias técnicas de las que tiene el hombre contemporáneo. El consumismo se basa en el mismo concepto que la tecnología: la instantaneidad. Quiero comer pollo y lo encuentro al instante en el supermercado; del mismo modo instantáneo aparece la información en el ordenador.
»Esta instantaneidad hace que perdamos cualquier tipo de relación física concreta con el mundo, con la resistencia de la realidad. El consumismo no es un materialismo. El consumista no está apegado a las cosas, más bien lo contrario: no tiene una relación patrimonial con ellas, no las hereda y no las transmite a sus descendientes. Detrás del consumismo hay una forma paradójica de espiritualismo: consumimos bienes que después descartamos y, así, demostramos nuestra superioridad respecto a los bienes materiales.
»Contra el consumismo reivindico el retorno a la destreza. Y contra su espiritualismo reivindico la materialidad y la tecnicidad del cristianismo. En éste hay una conciencia muy poderosa del trabajo humano, del encuentro con la realidad, con el orden de la naturaleza. Todas las imágenes de la Biblia están vinculadas a la agricultura y la ganadería. Dios Padre es un viticultor y Su Hijo es el buen pastor. Y el propio Verbo se ha hecho carpintero; o mejor, se ha hecho algo más, porque la palabra griega «tekton» que lo designa en el Evangelio según Mateo indica precisamente al técnico en el sentido de la destreza, del trabajo manual. Y la gran sabiduría de la vida monástica consiste en haber comprendido el profundo vínculo existente entre la genuina espiritualidad y el trabajo manual.
-Si queremos ser serios, esto debería tener también consecuencias políticas de amplio alcance.
-Ciertamente. Yo soy partidario del distributismo de Belloc y Chesterton: el problema no es el reparto equitativo de la riqueza, sino de los medios de producción. La familia tiene que volver a ser lugar de producción, además de lugar de relaciones y transmisión del legado.
-De hecho, usted sostiene que la tecnología comporta la pérdida no sólo de la técnica, sino también de la economía. Todos, en cambio, piensan lo contrario: la tecnología moderna como triunfo de la técnica y de la economía.
-Sí. Por muy paradójico que parezca, pienso que el mundo actual es el mundo de la pérdida de la técnica y de la economía. Si fuera el mundo de la técnica, el número de personas que saben tocar instrumentos musicales sería igual al número de personas que escuchan una orquesta sinfónica o un grupo mediante una instalación hi-fi. Pero es también pérdida de la economía porque la economía es «nomos» del «oikos«: es decir, según la etimología de la palabra griega, es esa disciplina, esa norma, que hace posible la vida de la familia, del hogar doméstico.
»En resumen, la economía no era, al principio, economía política. A los antiguos la economía política les hubiera resultado absurda, como un círculo cuadrado: la economía se juega a nivel de la familia, mientras que la política se juega a nivel de la polis. Los antiguos tenían claro que la familia no es sólo el lugar de las relaciones entre sus miembros, sino el lugar de la producción. Las familias se agrupaban para facilitar los intercambios de productos, pero no se puede hablar de una economía mercantil: era reciprocidad entre las familias.
»Hoy, economía es sinónimo de intercambio comercial y monetario, pero la producción familiar no pasa a través del dinero. Lo que se llama economía es la distribución de la economía, es su comercialización y «monetarización». Hoy, cuando se habla de trabajo se piensa enseguida en un trabajo remunerado. En el centro de la cuestión está el salario, es decir, el dinero, que sirve para comprar las cosas que no sé producir solo. Ya no produzco nada, dependo totalmente del dinero. La primera de todas las tecnologías, la que hace que perdamos la destreza, es el dinero. Nuestra sociedad ha reducido cualquier uso y cualquier destreza a la utilización de dinero. En esto reside el principio de la comercialización. Pero todo esto no es economía, es subversión, es destrucción de la economía.
-Se dice que uno de los logros de la tecnología es la inteligencia artificial, pero usted no está de acuerdo.
-Se habla de inteligencia artificial en relación a la gestión de grandes cantidades de datos, que superan las capacidades del cerebro humano. En este ámbito, el ordenador nos proporciona respuestas que se asemejan a un ejercicio de la inteligencia, pero no lo hace recorriendo el camino del pensamiento o de la reflexión. Un aparato electrónico podrá incluso simular la inteligencia humana mejor que un hombre, pero será siempre una simulación porque detrás no hay el ejercicio de la inteligencia propiamente dicha. Algo que es propio de la inteligencia es dejarse sorprender por la realidad. Lo específico de la inteligencia es abrirse a la realidad viendo en ella algo que la supera.
»Por esto el ejercicio de la inteligencia a menudo desemboca en la maravilla y, por lo tanto, en la alabanza, o en la consternación y, por lo tanto, en la súplica. Ante el dato de la realidad, para el ordenador hay sólo datos. El dato de la realidad se resume en datos que se intenta poner en relación, gestionar mediante un algoritmo. En cambio, lo que es propio de la inteligencia es ver en estos datos no sólo datos, sino un «donum«, es decir, una donación que, de alguna manera, supera nuestra capacidad de gestión. Sí, yo puedo gestionar las cosas, manipularlas, pero porque hay, ante todo, una generosidad de lo real dentro de la cual las cosas se donan a mí.
-Ya sea que se trate de biotecnologías, de procreación asistida o de logros de la comunicación electrónica, no se puede decir que nuestros contemporáneos no hayan sido avisados de los efectos nocivos de la «tecnologización» de la vida humana. Y, sin embargo, no se observa ningún arrepentimiento, más bien lo contrario: la marcha hacia la transformación del hombre en un producto no se detiene. ¿Por qué esta obstinación?
-No es del todo cierto que no haya una reacción. Muchas personas buscan modos de vida alternativos. Existe el fenómeno de los neorrurales, personas que ha hecho estudios altamente especializados en ingeniería y en economía y que ahora se dedican a la agricultura y al artesanado. Conozco jóvenes que han estudiado filosofía y, después, han creado una eco-aldea recuperando un pequeño pueblo abandonado en el que están reuniendo a las familias para una experiencia de autonomía económica y de solidaridad educativa a través de la escuela parental.
»Pero hay algo de verdad en su observación. Si nos lanzamos tan fácilmente a los brazos de la «tecnologización» y de la comercialización generalizadas es porque estamos inmersos en una profunda desesperación. Hasta el siglo XX existieron utopías políticas y sociales que prometían al hombre la salvación a través de la acción política. Estas utopías se han derrumbado bajo el peso de los totalitarismos que ellas mismas generaron, y por su ineficacia. Hoy es el tiempo de la utopía tecnológica, pero no es una verdadera utopía: se cree en ella sólo a medias.
»Lo que domina es la consideración acerca de la mortalidad de la especia humana, la finitud de cada individuo: es bonito vivir en familia y cultivar la tierra, pero ¿para qué sirve si todo está destinado a morir? ¿Por qué tener hijos si también ellos están destinados a pudrirse en una tumba? Entonces se elige el aturdimiento. Tampoco en la época de las utopías políticas y sociales había una verdadera esperanza, pero había esperanzas mundanas que eran la versión secularizada de la esperanza cristiana. Pero desaparecidas aquellas, lo que reina es una profunda desesperación. La utopía tecnológica no crea verdaderas esperanzas, pero representa más bien la esperanza de entrar en una diversión absoluta que nos impida ver nuestra profunda desesperación.
-Una crítica de la «tecnologización» de la vida debe medirse con la «emocionalización» del debate público, en el que se habla sólo por eslóganes. Quien reclama el respeto de los límites o evidencia las exigencias de la verdad objetiva es acusado de oponerse a la novedad, al cambio, a la innovación. ¿Existe una antídoto para todo esto?
-«Tecnologización» y «emocionalización» están íntimamente vinculadas. La tecnología favorece un modo impulsivo de relacionarse con las cosas. Ya no existe la paciencia del aprendizaje: se pulsan unas teclas y se obtienen cosas. Detrás hay una supertecnología altamente racional, pero el usuario de esta tecnología actúa de manera «pulsional». «Pulsional» en dos sentidos: en el sentido de que no hay control, no hay orden en las emociones, por lo que se difunde el culto a la emoción, pero «pulsional» también en el sentido de que se pulsan unas teclas.
»La tecnología cultiva un modo «pulsional» de relacionarse con el mundo. Esto lo expresa muy bien James Graham Ballard (1930-2009) en novelas como Crash y Rascacielos. Este autor nos ha mostrado cómo bajo la superficie del mundo hiper-tecnológico se incuba la crueldad. Basta que nuestro ordenador deje de funcionar e inmediatamente nos alteramos más de lo debido. Es la propia «tecnologización» la que crea un dispositivo «pulsional». Y este dispositivo «pulsional» va en el sentido de la emoción, por lo que se habla con eslóganes o demostrando compasión. La incapacidad de recurrir al pensamiento y de expresar sentimientos ordenados es total.
»Después tenemos la cuestión de la novedad y de la innovación, que no son en absoluto la misma cosa, más bien al contrario: la innovación coincide con el rechazo a la novedad. La innovación es la novedad en lo que concierne a los objetos, sin importar la novedad de los sujetos. La novedad en lo que respecta a los sujetos es nacer. O renacer. Cuando nace un nuevo ser humano, o cuando una persona experimenta un cambio interior, una conversión, entonces nos encontramos antes una novedad que atañe al sujeto. ¿Qué es la innovación? Es empezar con pluma y tinta, para pasar sucesivamente al bolígrafo, después a la máquina de escribir y al portátil. Haciendo esto, ¿he desarrollado mi destreza, he aprendido a escribir como Virgilio, Dante, Alessandro Manzoni, Eugenio Corti? No. Los objetos han progresado, el sujeto no.
»El segundo problema de la innovación es que representa el reino de la obsolescencia: la cultura de la innovación es la cultura del descarte de la que habla el Papa. El objeto innovador hace que descartemos el viejo: ya no existe la tradición, la recuperación, el legado. A cada paso el objeto innovador expulsa al antiguo reduciéndolo a descarte, a algo obsoleto. La lógica de la innovación es la lógica de la obsolescencia. ¿Por qué se va en esta dirección? A causa del resentimiento por el nacimiento, por la maravilla de haber nacido. Hoy se piensa que nacer no es un bien: ya no tenemos esperanza, por lo que es una desgracia haber nacido. A causa de este odio al nacimiento nos lanzamos al vórtice de la innovación de los objetos, nos aturdimos con la diversión generalizada.
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).